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Friday, June 30, 2006

Coctel habanero: El policia

SOCIEDAD
Cóctel habanero: El policía

Raúl Soroa

LA HABANA, Cuba - Junio (www.cubanet.org) - No sabe usar el teléfono.
Desliza una y otra vez las monedas por la ranura del aparato con el
equipo colgado. Las monedas caen una y otra vez. El hombre se desespera
y maldice a La Habana, al jefe, a sus amigos que lo convencieron de
enrolarse en la aventura de venir a esta ciudad que no comprende, que
siente hostil, que se burla de su acento oriental, de sus maneras de
campesino, de su ignorancia.

¿De dónde rayos lo habrán sacado? ¿De qué rincón olvidado de la
geografía trajeron a este señor vestido de policía?, me pregunto
mientras le observo con cuidado. Está al borde de romper el teléfono de
un puñetazo. Unos adolescentes también observan. Son tres: un mulatico
con cara de pícaro y dos rubios, uno pecoso y el otro de ese rubio
tostado tan común en la isla. Adivino en sus rostros la burla a punto de
brotar. Les hago una leve señal de advertencia, pero no prestan atención.

Uno de los jóvenes, imitando perfectamente la entonación característica
del oriente del país, se acerca y le dice: "Oiga nagüe, ¿necesita
ayuda?" El hombre se siente aliviado creyendo encontrarse ante un
coterráneo. "Gracias, nagüe, e' que está roto el aparato".

"No está roto, compay… eh, eh… qué pasa, no está roto, lo que pasa es
que usted está echando mal las monedas", le dice el mulatico.

El policía mira con duda al muchacho, y finalmente le dice: "Bueno, mire
a ver cómo e' el traste éste".

Los muchachos se miran. Es una mirada rápida que presagia tormenta.
"Mire, compay, tiene que coger la moneda entre el dedo índice y pulgar,
luego apuntar bien y tirarla con fuerza de arriba abajo". No puedo creer
que el hombre se trague semejante patraña, pero lo observo intentar
meter la moneda al revés por el orificio de devolución. Le veo seguir al
pie de la letra las instrucciones del mulatico, mientras los otros
apenas pueden contener la risa.

"El problema, compay, e' que eso teléfonos que fabrican en Cocosolo
vienen defectuosos". Los otros no pueden más y estallan en carcajadas.
El policía se da cuenta de que ha sido burlado y, furioso, toma la tonfa
para golpear a los burlones, que le juegan cabeza y le gritan:
"¡Palestino! ¡Palestino", mientras se lanzan a toda carrera en busca de
uno de los tantos laberintos de Centro Habana, que son un verdadero
dolor de cabeza para esos policías traídos de las provincias orientales
para meter en cintura a los inquietos habaneros, que no quieren ser
policías. Ser policía, para un habanero es la peor de las deshonras.

Le veo correr, alto, flaco, aindiado -un blanco oriental, diría mi
abuela- y perderse en uno de los callejones ante la mirada burlona de
los vecinos. Me divierte la situación, no puedo negarlo. Ellos se han
ganado el odio de mucha gente en la ciudad, que trata de hacerles la
vida lo más difícil posible.

Pero no dejo de pensar en la situación en que se ven estos desdichados,
atraídos por la quimera de una ciudad que no es ya ni la sombra de lo
que fue, pero donde las cosas, con todo lo malas que están, siempre son
mejores que en el oriente. Los problemas de la capital se multiplican
varias veces en el interior del país. Ellos vienen huyendo de la
miseria, quieren escapar de la vida sin futuro, del tedio terrible de
habitar uno de esos pueblos olvidados, una de esas ciudades cercadas por
la necesidad y la pobreza. Además, el salario no es mucho, pero es
superior al de cualquier médico, mucho más que el de un ingeniero,
muchísimo más que el de un maestro.

En la capital encuentran rechazo, ese rechazo que se expresa
fundamentalmente mediante la burla, esa arma tradicional y efectiva de
los habaneros. Les espera el choteo, la broma, pero también les espera
algunas veces cosas peores.

No comprenden la ciudad, no logran adivinar lo que pasa a su alrededor,
no conocen sus secretos, sus virtudes, sus defectos. Esa gente buena de
la que tan mal se habla en el interior de la isla, con cierto dejo de
envidia: "habaneros". Pero todos quieren ser de "la'bana". Les han
hablado hasta el cansancio de los defectos de esos seres cuyo pecado
original fue no hacer la revolución, porque según la propaganda oficial
la revolución la hicieron los valientes orientales, y llegan imbuidos de
ese espíritu, y se enteran aquí de que a los habaneros les importa un
comino disputarles ese "honor", y les sorprende encontrarse que esos
tipos ni son como les dijeron, ni les importa.

El hombre sale del callejón con las manos vacías. Le escucho hablar por
la radio pidiendo refuerzos, mientras golpea con furia una pared con la
tonfa.

Desesperado, siente la animadversión que provoca su presencia. Varios
vecinos le rodean con cara de desconfianza. El sigue agitado pidiendo
refuerzos, casi suplicante. Cada vez más vecinos se acercan al policía,
que ensaya su mirada más amenazante. Sabe que está solo, que no puede
esperar ayuda de esos habaneros que le desprecian. Siente el odio en el
ambiente, está solo a la entrada de la ciudadela. Por la radio le
preguntan la dirección, pero no la sabe. Agita la tonfa, hace poses de
tipo duro y se abre paso entre los curiosos y vecinos. Se aleja
aparentando una seguridad que no siente. Cuando llega a la avenida
respira aliviado.

Regresará más tarde, amenaza por lo bajo, y ya verán estos habaneros,
vendrá con dos o tres más, y ya veremos quién ríe último. Ya veremos.

http://www.cubanet.org/CNews/y06/jun06/30a7.htm

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