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Monday, May 07, 2012

Y sin 'embargo', ¿qué sería?

Opinión

Y sin 'embargo', ¿qué sería?
Miriam Celaya
La Habana 07-05-2012 - 9:27 am.

Arrecian las fuerzas anti-embargo. ¿Qué efectos traería la eliminación
del embargo para la gente en Cuba?

La extrema prolongación de los conflictos en la arena política tiende a
magnificarlos de forma tal que, con el tiempo, superan las causas que
originalmente los generaron y pasan a convertirse en fuente de nuevos y
complejos conflictos. Es el caso del muy manipulado embargo del Gobierno
estadounidense contra el Gobierno cubano —mal llamado "de EE UU contra
Cuba"—, que constituye en la actualidad uno de las dilemas más
importantes para la Isla por las consecuencias que pueden acarrear tanto
su permanencia como su revocación, de cara a un eventual proceso de
transición.

Es un hecho que la situación actual no es ni remotamente parecida al
escenario en que se impuso la controversial medida. Tampoco es menos
cierto que se trata de una pieza obsoleta que no ha logrado cumplir el
objetivo para el que fue concebido, pese al medio siglo transcurrido.

Por su parte, el Gobierno cubano, supuesto destinatario, ha tenido la
habilidad de utilizarlo en su beneficio, de forma tal que resulta casi
imposible concebir la supervivencia del régimen sin la apoyatura que su
ideología y política han encontrado en el embargo. Por esa causa, y
teniendo en cuenta que las víctimas directas del conflicto siempre han
sido los cubanos comunes y no el Gobierno, siempre me he manifestado
contraria al embargo y he abogado por su derogación.

En tiempos recientes, las fuerzas anti-embargo parecen arreciar con
mayor empeño, reforzadas por otros intereses que se incorporan al
clamor: los grupos de empresarios cubano-americanos que aspiran a
invertir capitales en la Isla. Diríase que la vieja política restrictiva
va quedando cada vez más aislada.

Sin embargo, a la luz de la realidad actual, la disyuntiva que ofrece el
conflictivo embargo parece resultar contraproducente en cualquier caso:
por una parte, la permanencia de la medida continuaría nutriendo los
argumentos del Gobierno cubano y de quienes lo apoyan desde el exterior;
por otra, su eliminación incondicional podría traer consecuencias
nefastas para el futuro de los cubanos a mediano plazo, toda vez que la
liberalización de las inversiones extranjeras, actualmente frenadas por
la medida, producirían un efecto directo económicamente beneficioso para
el régimen y sus sucesores de la nomenklatura.

Pocos se atreven a debatir este tema. Es, por así decirlo, un campo
minado en el cual puede detonar cualquier explosivo, ya sea con la
etiqueta de "traidores" o con el rótulo, casi siempre despectivo, de
"dialogueros".

De cualquier modo, vale preguntarse —parodiando el título de un
excelente artículo del académico Alexis Jardines que establece una
aproximación al futuro de Cuba a partir de lo ocurrido en las
transiciones de los años 90 tras los regímenes socialistas de Europa del
Este—, ¿a quién beneficiaría actualmente el levantamiento incondicional
del embargo?

Habría que buscar una respuesta a partir del proceso que se viene
gestando en los últimos años, luego de la toma del poder "por
asignación" del General Raúl Castro. Algunos de los rasgos de este
proceso son: la declarada falta de voluntad política del Gobierno para
promover cambios democráticos en el país; el incremento de la represión,
fundamentalmente contra los activistas de la sociedad civil alternativa
y los líderes de la oposición; la insuficiencia e incapacidad de las
medidas económicas que se han estado implantando para paliar la crisis
socioeconómica nacional, agravadas por las altas tasas de impuestos a
los cuentapropistas y otras limitaciones inherentes al sistema; la
deliberada estrategia oficial dirigida a impedir el surgimiento de una
clase media próspera capaz de ganar espacios de autonomía; y más
recientemente, la alianza entre el Gobierno y la alta jerarquía católica
a espaldas de la población y desconociendo como interlocutores a los
diversos componentes activos de la sociedad civil y la oposición.

Ante esa realidad, no parece probable que el levantamiento del embargo
traiga beneficios reales a la población cubana. Más bien, favorecería el
afianzamiento de las elites de la nomenklatura, ya apropiadas de las más
importantes y promisorias plazas de la economía, y, en consecuencia,
daría lugar a una seudo-transición preñada de deformaciones, a la vez
que coadyuvaría a la legimitización de las exclusiones.

Simultáneamente, un nuevo potencial actor —un sector de empresarios
cubano-americanos— ronda la escena, animado ante la perspectiva de un
mercado prometedor y casi virgen para adelantar su capital y tener
asegurada la plaza cuando finalmente se precipiten los pedazos del
fracturado modelo socialista.

De cara a un futuro mediato, mientras la crisis económica se profundiza
con más celeridad que los anunciados cambios y reformas gubernamentales,
el panorama se dibuja poco promisorio para todos los que aspiran a una
Cuba democrática. La debilidad de la sociedad civil emergente, unida a
la total indefensión ciudadana, a la supervivencia impuesta por las
precariedades cotidianas, a la desinformación crónica y a la escualidez
de las estructuras cívicas, entre otros factores, constituyen el caldo
de cultivo perfecto para que, efectivamente, se reproduzcan en la Isla
los patrones de las transiciones de los países de Europa del Este. Los
destinos políticos del país estarían en manos de los mismos tecnócratas
del actual Gobierno, debidamente renovados y maquillados para el nuevo
escenario.

Ciertamente, el embargo es una política fracasada y anacrónica, uno de
cuyos males fundamentales ha sido ofrecer la justificación idónea al
Gobierno cubano para desmontar la sociedad civil y sofocar todo atisbo
de inconformidad o civismo. Pero todo cambio extremo entraña riesgos, y
el costo político y social de una promesa económica puede resultar
extremadamente alto. Hoy los cubanos están más desamparados y huérfanos
de derechos que 50 años atrás, y no ocupan lugar alguno en la lista de
prioridades de los artífices del viejo conflicto ni de los nuevos
conciliadores.

Más aún, las alianzas y cabildeos se están urdiendo entre bambalinas,
justamente entre aquellos que no más ayer eran enemigos acérrimos: el
Gobierno totalitario, la Iglesia Católica y un sector de empresarios de
la diáspora, otrora siquitrillados y despojados por este mismo Gobierno.

Los cubanos de acá no estamos invitados al ágape.

Obviamente, ya pasó la época de las quejas y las denuncias y urge a la
sociedad civil cubana ejercer sus derechos sin tutelajes. La democracia
no va a venir de la mano de las alianzas ni de un súbito gesto amistoso
de este u otro gobierno. Malo es ya que nos excluyan, imperdonable sería
que nos autoexcluyéramos.

http://www.diariodecuba.com/opinion/10958-y-sin-embargo-que-seria

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