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Saturday, September 27, 2008

Cuba: dos ciclones, dos hermanos

Cuba: dos ciclones, dos hermanos
El paso de los huracanes Gustav e Ike por la isla caribeña ha revelado
el interés de sus autoridades por servirse incluso de los desastres
naturales para presentarse como víctimas, aunque lo pague la población

ANTONIO JOSÉ PONTE 27/09/2008

Quien haya sufrido el paso de un ciclón en Cuba durante las últimas
décadas, se habrá visto obligado a soportar a un Fidel Castro perorando
tecnicismos antes de darle turno de palabra al especialista en
meteorología. Igual de estratega frente a un huracán o una invasión, el
Comandante en Jefe no sólo gozaba de precedencia, sino que interrumpía y
demoraba los avisos, como si se tratara de una cita académica y afuera
nadie corriese peligro. De no ser trágica la ocasión, podía hallarse
cierta comicidad en aquella pareja de comandante y meteorólogo delante
de un mapa. Aquello parecía tratarse, no tanto del cálculo de una
trayectoria y de una velocidad de vientos, como de un asunto de imagen
personal, puro narcisismo. Él (me refiero a Fidel Castro) se encontraba
en su salsa.

Si Fidel se considera una fuerza de la naturaleza, ¿por qué no iba a
tratar de tú a tú a un ciclón?

Después de que rechazara el auxilio internacional, su hermano Raúl acusó
al pueblo de haraganería

Millones de cubanos lo acompañaban en su insomnio de costumbre y, aun
siendo de madrugada, podía discursearles. Ayudantes y meteorólogos se
marchitaban a ojos vistas, en tanto él saltaba de un boletín a otro sin
perder agudeza. Porque cualquier noche suya era noche de ciclón, de
vigilia en el puesto de mando. Gracias a los desastres disfrutaba de la
misma atención que exigieran sus discursos de los primeros tiempos,
cuando la suerte de todo un país pendía de sus palabras. (Antes de que
su imagen terminara sin sonido en las pantallas, a la espera de que
acabara con aquel discurso y emitieran la telenovela). Fidel Castro
volvía a ser el mayor de los héroes al paso de un ciclón. Según
sostenían algunos, su permanencia en las provincias amenazadas era capaz
de disuadir al mayor de los huracanes. Si alguien llega a considerarse a
sí mismo como una fuerza de la naturaleza, ¿por qué no iba a tratar de
tú a tú a un ciclón?

Apenas lo permitían las circunstancias, allá iba él, a meterse entre la
gente. Abandonaba el estudio de televisión improvisado para subir al
jeep de los recorridos. Visitaba damnificados, se plantaba bajo el techo
que volara, saludaba y prometía. Dondequiera que fuese habría alguien
que se le abrazaba en el desvalimiento, sin acabar de creerse que él se
encontrara allí. Que, después del ciclón, llegara Fidel. Pero, del mismo
modo en que animaba a los damnificados, podía olvidarlos luego: no tenía
reparos en pasar por alto sus necesidades al ocuparse del delicado
asunto de las donaciones.

La solidaridad internacional era la continuación de la política por
otros medios. Y detrás de una tonelada de leche en polvo podían
agazaparse aviesas intenciones. Ciertos Gobiernos enemigos se complacían
en revelar la inefectividad del Gobierno cubano, procuraban hechizar al
pueblo con regalos. Negándose a aceptar determinadas donaciones, Fidel
Castro conseguía reavivar las culpas de organizaciones y Gobiernos.
(Buena parte de la política exterior cubana descansa en despertar
remordimientos. No es raro el caso de funcionarios de organismos
internacionales hundidos en la desesperación desde que las autoridades
cubanas rechazaron sus donaciones).

Poco queda, sin embargo, del Fidel Castro compasivo que parecía
compartir la suerte de familias sin techo. Impedido de aparecer en
público, habrá seguido las noticias de esta temporada ciclónica como un
televidente más. En compensación, ha brillado como nunca el otro, el
reacio a que llegue ayuda a la gente sin techo. No sólo por haber creado
dificultades ante cada proposición recibida desde Washington o desde el
exilio, sino por rechazar también ofrecimientos de 27 países de la Unión
Europea. (La Unión Europea levantó hace meses las restricciones que
impusiera a Cuba, así que ha de tratarse de una venganza retroactiva).
Fidel Castro culpabiliza a gran parte del altruismo mundial en sus
comunicados. Contesta como Gobierno a ofertas hechas al pueblo de Cuba,
y ni siquiera le correspondería hablar como Gobierno desde que fue
nombrado presidente su hermano. Pese a ello, sus columnas periodísticas
han sido la única respuesta de las autoridades de la isla a los
ofrecimientos extranjeros. Y Raúl Castro ha respetado el antiguo papel
de su hermano mayor hasta el punto de no suplantarlo: sólo a los 17 días
del primer ciclón, y a 12 del segundo, se prestó a dar la cara. Quitando
una declaración de apoyo a Evo Morales firmada por él y una conversación
telefónica sostenida con Luiz Inácio Lula da Silva, nada más trascendió
del actual presidente durante más de dos semanas. Cuando ocurrió el
desastre, no le sirvió de compañía a nadie. Visitó La Habana el primer
viceministro ruso, y no fue recibido por él. Un general al mando del
Instituto Nacional de Reservas Estatales y un viceministro de
Agricultura fueron los encargados de reconocer que el Gobierno cubano no
disponía de recursos suficientes para afrontar la catástrofe. En su
reaparición, Raúl Castro confesó resabioso: "Hace falta que las personas
sientan la necesidad de trabajar, y no la sentimos".

La misma curiosidad despertada por la ausencia de Kim Jong-il en un
desfile militar o por la falta de imágenes de Fidel Castro podría
preguntar por esos 17 días en que no apareciera el presidente cubano.
Pero más importante que el secreto que lo mantuvo lejos de la gente es
esta posible respuesta a sus quejas por el desgano laboral generalizado:
durante los primeros tres días abiertos a la solicitud de tierras
estatales ociosas (campaña planeada mucho antes del paso de ambos
ciclones e iniciada ahora), 16.000 campesinos cubanos presentaron sus
peticiones. Y es necesario considerar, junto al número de solicitudes,
las condiciones que tendrán que soportar estos trabajadores: se exige a
cada solicitante un aval oficialista, las tierras serán entregadas en
usufructo, el Estado designará qué tipo de cultivo habrán de producir, y
la mayor parte de las cosechas deberá ser vendida al Estado, al precio
estimado por éste. A juzgar por los requisitos anteriores, las
autoridades cubanas no sólo están dispuestas a rechazar donativos
extranjeros, sino también a desalentar la producción nacional. Se
empeñan, de un modo u otro, en negar cualquier mejoría a los cubanos.

Cuando empezaban a asentarse los destrozos causados por el ciclón
Gustav, el Ike cayó sobre Cuba. Después de hacerse claro que Fidel
Castro cerraría el paso a gran parte del auxilio internacional, Raúl
Castro lanzaba sus acusaciones de haraganería. El país sufre por el paso
de dos ciclones y por los dos hermanos en el Gobierno. El último ciclón
sirvió al mayor de ellos para dedicarse al tema que de veras le
apasiona: Estados Unidos. Comparó la ventolera con el desastre económico
de Wall Street. Meteorólogo político, él lleva medio siglo pronosticando
el hundimiento del capitalismo. Es uno de aquellos sepultureros
postulados por el Manifiesto Comunista, todavía a la espera. Y ahora,
tanta perspectiva apocalíptica lo empuja a publicar con más frecuencia.
No sólo le resultan halagüeñas las noticias del norte, también las de la
campaña rusa en Georgia. (Si varios analistas recurrieron a la guerra
fría para explicarla, él habrá percibido algo así como la vuelta de los
buenos tiempos. ¿Acaso el Gobierno ruso no muestra interés por plantar
otra vez radares en Cuba? ¿No lo sugirió el presidente de la Academia de
Ciencias Políticas de Rusia, coronel general Leonid Ivashov, en agosto
pasado: "Moscú podría reanudar el trabajo del Centro Radioelectrónico en
Lourdes, para lo cual sólo necesitaría instalar nuevos equipos"?).

Desvelado por la carrera electoral y el desplome financiero de Estados
Unidos, poco habrá de importarle a Fidel Castro la desesperación de unos
millones de cubanos. Para sus planes geopolíticos, reavivados cuando
menos se esperaba, la población autóctona no ha sido más que un buen
pretexto. Por su parte, la Administración de Raúl Castro amaga desde
hace varios meses con unas cuantas medidas auspiciosas. Pero las demoran
tanto que al final rebajan en ellas la capacidad de cambios.
Previsoriamente, el Ejército ha sido desplegado en tareas
reconstructivas. En caso de que se haga explícita la desesperación
popular, ésta será canalizada a favor de las autoridades. Hacia el mar,
transformándola en una oleada de balseros que resulte útil para el
chantaje y la negociación con Estados Unidos. La culpa de esa fuga
masiva recaería, por supuesto, sobre el Gobierno norteamericano. Así
como el embargo está en la raíz de que Cuba no pueda aceptar ciertas
donaciones, las particulares leyes migratorias que Estados Unidos dedica
a los cubanos constituyen la causa principal de tanta desesperación.

Antonio José Ponte es escritor cubano.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Cuba/ciclones/hermanos/elpepuopi/20080927elpepiopi_14/Tes

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